Las asociaciones de la burguesía y de los pobres, eran sustantivamente distintas. En la burguesía naciente, el fenómeno asociativo se daba por necesidad; posteriormente, por estatus social, refinamiento, ocio y, sobre todo, por lucro. En contraposición, los pobres del siglo XIX se unen por supervivencia, como se dará, en nuestros días, en el Tercer Mundo.

El asociacionismo básico de los pobres está movido porque en ello se juegan el ser o no ser. Por eso, tenía que ser un burgués universitario, Fidel Castro, el que hiciera una revolución al grito de «Patria o muerte». Los pobres de la tierra, ayer y mañana, saben que en la vida asociada están sus esperanzas. La asociación es para ellos la única forma de practicar la solidaridad de «hasta lo necesario» y esta virtud es la única forma de llegar a la autorrealización.

En la historia del movimiento obrero, romper o traicionar a la asociación, en no pocas veces, suponía la muerte. Y es que los pobres de la tierra en ello, se lo juegan todo.

Y ¿qué diríamos de los cristianos, si partimos de la idea de solidaridad-comunión, de Juan Pablo II? Eso lo dejaremos para otro día.

“Reflexión militante: Asociación o muerte”