En España crece la religiosidad espiritualista, como señalaba ya hace diez años el arzobispo de Oviedo, y cualquier observador puede comprobar. Caracterizada por la relación Dios y yo, yo y Dios, los hermanos pasan a ser el apéndice al que hasta se le pueden hacer algunas obras buenas y, así, ser nosotros hasta buenos.

Quizá nada caracterice esto tanto como nuestro comportamiento con los empobrecidos. Un día al año, día del hambre, pero los hambrientos pasan hambre 365 días al año porque les robamos; la ONU acordará el 0,7% de los enriquecidos con los empobrecidos, pero les robamos el 20%, etc. Y esto lo hacemos con «buena conciencia». Pero sigue siendo verdad que «el que diga que ama a Dios y no ama a sus hermanos es un mentiroso».

Y a esta mentira -anti Dios- conduce nuestro espiritualismo religioso.

“Aprender en la escuela a leer el mundo”,

“Enseñanza en libertad”, pag. 24, año 1993.