Conocí a Julián en el año 1981 en un pueblo perdido en la Lusitania interior -como dirían los cursis- que es donde Salamanca empieza a confundirse con Portugal, un pueblo muy pequeño, que se llama Peralejos de Abajo, donde otro gran testigo de Jesucristo, Marcelino Legido, sacerdote de Salamanca, organizaba la actividad apostólica en las cuatro comunidades cristianas por donde caminaba: El Cubo de don Sancho, Peralejos de Arriba, Peralejos de Abajo y Traguntía.
Monseñor D. Luis Arguello, arzobispo de Valladolid
Publicado en el libro de Voz de los sin Voz: Julián Gómez del Castillo, apóstol de los empobrecidos de la tierra.
Una de las semanas del año, se hacía la llamada Escuela de la Justicia, acudí desde Valladolid, (entonces no era cura) y allí me encontré con Marcelino Legido, que me presentó a Julián Gómez del Castillo a quien yo no conocía. Es verdad que en una fase anterior de mi vida había tenido relación con los libros de ZYX y con la gente de Valladolid de ZYX y desde allí tenía noticias de Julián.
La relación con Julián comenzó el año 1981. Subrayo este año y la Escuela de la Justicia y a Marcelino Legido. En la Escuela de la Justicia estaba Carlos Díaz, a Carlos si lo conocía más, de otras peripecias y Carlos tenía buena relación con Julián. Fue la oportunidad por medio de Marcelino y Carlos de poder conocer a Julián.
Un testimonio de amistad y una reflexión de espiritualidad, un poco sin papeles y como soy un poco caótico, especialmente esta tarde, subrayo este año, porque en él Juan Pablo II publica Familiaris consortio y Laborem exercens. Quiero subrayar esto, porque en la Iglesia tenemos una extraordinaria riqueza de documentos y una extraordinaria debilidad de comunidades y de personas que den carne a los documentos. En aquellos encuentros nocturnos en Peralejos de Abajo, no caí en la cuenta, caí en la cuenta más tarde, de que lo que el Papa plantea en Laborem exercens y lo que plantea en Familiaris consortio cuando dice con tanta fuerza: el futuro de la humanidad se juega en la familia, cuando sitúa a la familia en el contexto de la misión de la Iglesia y de la situación del mundo, como una familia que no se cierra sobre sí misma, sino que se abre a la posibilidad de ser lo que yo diría por boca del propio Julián, “familia de familias”.
No digamos nada de la propuesta de Laborem exercens, de esa propuesta de superación real de capitalismo y de su antinomia con el marxismo. Os recuerdo también que en el 81 estaban comenzando las luchas polacas del Sindicato de Solidaridad, una palabra tan querida y tan repetida en labios de Julián y se comienza un proceso que va a tardar casi una década, para que el muro de Berlín caiga en el año 89. Entonces, la necesidad de poder ofrecer una verdadera alternativa al capitalismo que no fuera su claroscuro, su copia en negativo como es el materialismo marxista. Lo que yo le empecé a escuchar a Julián en aquella semana y luego mucho más tarde, pero encarnándose en él y en equipos de militantes, en una propuesta institucional y asociativa y en una reflexión en el seno de la Iglesia misma, hecha además de con argumentos de hechos de vida, con propuestas de trabajo, con iniciativas como la que recordamos está noche, (Revista nº 100 de Autogestión) o ámbitos como está casa, Casas de Cultura y Solidaridad extendidas por toda España. Allí hay una aportación.
La espiritualidad de encarnación, además de ser una reflexión teológica, una propuesta de espiritualidad, un plan formativo… Es ver realmente como toman carne, carne y sangre, en personas concretas lo que en los documentos de la Iglesia se diseña -es una constante en la vida de la Iglesia-, el Espíritu Santo regala a su Iglesia casi al mismo tiempo, alguna reflexión que toma cuerpo en concilios o en alguna de las enseñanzas de los Papas o en grandes figuras de la vida de la Iglesia; pero al mismo tiempo y muchas veces antes que en los propios documentos, hay testigos. Testigos que nos ayudan a comprender mejor lo que los documentos dicen, más que ayudar, es dar su verdadera penetración a lo ocurrido en la vida de la Iglesia.
También ahora, nos ha ocurrido lo mismo y uno de esos destellos que el Señor ha regalado a su Iglesia, para comprender aquello por donde nos está encaminando, a esta hora, han sido personas como Guillermo Rovirosa, como Julián, porque no les podemos separar. En el latido mismo en lo que Julián ha planteado estaba siempre la presencia de Guillermo Rovirosa. Cito este año 81 por lo que tiene de recuerdo personal, pero también en la vida de la Iglesia hay ese bulle, bulle… Después de pasado ya más de una década del Concilio del Vaticano II y de no saber a veces, muy bien por donde caminar, ha llegado Juan Pablo II en el 79 (con todo lo que va a significar en la vida de la Iglesia) y en el año 81, el año en que sufre el atentado fuerte, es el año de Familiaris consortio, de Laborem exercens, cuando también en el propio devenir del mundo empieza a moverse todo, el este de Europa, que luego va a culminar en el año 89, con la caída del muro de Berlín.
En esos primeros años 80, mi relación con Julián siempre tenía que ver más, con Marcelino Legido, con lo que él me pasaba de papeles y de Cartas entre Amigos. Luego mi experiencia ya continuada de relación con Julián y con el Movimiento Cultural Cristiano, fue a partir del año 1985, gracias a un puesto de libros. ¿Dónde me encuentro con un puesto del Movimiento Cultural Cristiano?, en Guadix.
Ese año 1985, en Guadix, era el Año Internacional de la Juventud y la Conferencia Episcopal Española, convocó allí, un encuentro de equipos de delegaciones de la pastoral de jóvenes… y en ese encuentro, había gente del casi naciente Movimiento Cultural Cristiano, en un puesto de libros y en ese puesto de libros, había la convocatoria para un Aula Malagón-Rovirosa que iba ser en el verano siguiente en Montesclaros,… y fui a Montesclaros.
En esos momentos yo era catequista de un grupo de chavales en el que estaban Miguel de Valladolid, Carlos U. y demás…, Estábamos en la parroquia de San Andrés de Valladolid y nos fuimos a Montesclaros. A partir de ahí, hay una relación, que ha sido en estos años extensa, en muchas actividades o momentos juntos, e intensa en la vivencia de las cosas.
Lo que quiero plantearos esta tarde, desde ese recuerdo que es más personal, en la relación de amistad con Julián, es desde lo referido al año 1981, que Julián, desde el punto de vista de la Iglesia, (luego podríamos decir desde el punto de vista de su vida social o histórica), desde el punto de vista de la Iglesia y de sus luchas y de su peregrinar, un hombre que vive, más que interpreta, lo que el Concilio Vaticano II significa. Del Concilio del Vaticano II (ahora que estamos en su 50º años) se habla mucho estos días. De antecedentes del concilio y como se ha vivido después y como ha sido la acogida. Entre los antecedentes, entre otras cosas, se habla de la importancia de los movimientos laicales, de lo que pudo suponer a lo largo del siglo XX la realidad de la Acción Católica por un lado o de otras realidades laicales.
No cabe duda que lo vivido por Julián, por Guillermo Rovirosa, en el nacimiento de la HOAC en los años 40, podemos situarlo en lo que tiene que ver, con esa preparación que de manera misteriosa el Señor va haciendo, y que llegado el momento, se condensa en la vida de la Iglesia.
Quiero resaltar el Concilio y Julián o Julián y el Concilio, porque en el Concilio, la Iglesia recupera con toda su fuerza el bautismo y si algo nos ha legado Julián vinculado a la trayectoria de Guillermo Rovirosa y de don Tomás Malagón, es algo que en la jerga de andar por casa, llamamos compromiso bautismal, la importancia del bautismo.
El bautismo, como esa participación de tal manera en la vida de Jesucristo, que todo lo demás, es una añadidura en la vida de los cristianos, si verdaderamente se descubre, lo que el bautismo significa. En el caso de Julián, habiendo vivido una experiencia de conversión ya de adulto, y por lo tanto de haber participado en el propio camino y significado de la vida bautismal, con toda la fuerza y pasión de un converso, con otro acento, está también recogido en el Concilio de Vaticano II.
El Concilio y nuestra evangelización y la militancia, en esta hora, desde el punto de vista de un movimiento apostólico, se juega también en un mundo que por primera vez es argumentativamente ateo, o que vive como si Dios no existiera o que ha sustituido definitivamente a Dios, por las expectativas que le producen sus propias energías, sus propias potencias.
El Concilio, al hablar ya del naciente ateísmo, dice que la causa del ateísmo, no hay que buscarla solo fuera de la Iglesia, sino que muchas veces la causa del ateísmo está en la mediocridad de la vida de los propios cristianos, en el escándalo que produce la vida de los cristianos a otros cristianos y a los que todavía no lo son.
Entonces, que alguien proveniente de la vida de fuera de la Iglesia, incluso del combate contra lo que algunos de los aspectos de la Iglesia significaban, luego viva el encuentro con Jesucristo, la conversión a Jesucristo, el reconocimiento de la centralidad de Jesucristo en su vida y nada ni nadie más, y desde el propio bautismo y el conocimiento de Jesucristo, la entrada en la Iglesia y el amor a la Iglesia y desde ahí releer toda la potencia que tenía, en el combate por la justicia, la lucha por los pobres de la tierra en los diversos momentos de su propia existencia.
Julián desde su propia experiencia de haber estado fuera de la Iglesia, de haberse convertido, estar dentro y de querer ahora participar en las tareas apostólicas para extender el Reino de Dios, para hacer que Jesucristo sea conocido y para que la salvación de Jesucristo en favor de los pobres, tome carne y sangre realmente en la historia; hace de él una figura especialmente, significativa para las personas que le hemos conocido, como entender lo que verdaderamente significa el bautismo, el compromiso bautismal y para entender también, los riesgos de la mediocridad, de lo que luego hemos podido llamar entre nosotros, el cristianismo de sistema establecido o la propuesta de una vida eclesial mediocre, en el que las sendas, -con tanta fuerza denunciadas por Julián- especialmente en los momentos de agitación o de ambientación, en los cursos de conversión; haciéndonos caer en la cuenta de las trampas en las que nos metíamos, los que podíamos proceder de formas de vida del espiritualismo conocido o de formas de vida del secularismo que ha tomado en estas décadas diversas formas.
Este acento de espiritualidad de encarnación, que es vivir el compromiso bautismal, la vida que nace del bautismo y se desarrolla en la Iglesia con toda su integridad, con toda su plenitud, con todo el deseo que estaba tantas veces expresado en las formas de decir de Julián: todo, nada… con fuerza y es decir todo, es todo y es nada. Es una aportación especialmente significativa, pero no solo para nosotros, sino para la vida de la Iglesia en esta época y en estos tiempos.
Lo que significa en la Iglesia ser laico, como una vocación de radicalismo cristiano, como una vocación de entrega total de la vida, como una vocación para vivir la entera misión de la Iglesia en el mundo.
Otro de los frutos del Concilio del Vaticano II, de aquello que la Iglesia vuelve a sacar brillo con más fuerza desde esa fuente bautismal, es lo que llamamos, la vocación laical. Lo que significa en la Iglesia ser laico, como una vocación de radicalismo cristiano, como una vocación de entrega total de la vida, como una vocación para vivir la entera misión de la Iglesia en el mundo. Eso que luego la Iglesia dice en sus diversos papeles, en sus diversos documentos, pero que tienen su fuente en el Concilio: ser verdaderamente la Iglesia en el mundo, la Iglesia que en medio del mundo, combate por el anuncio del evangelio y la extensión del Reino de Dios.
Eso que está en los papeles del Concilio, lo tenemos (luego ha habido tantas búsquedas en el postconcilio de la llamada promoción laical), en el testimonio de Julián y en el lanzamiento de las diversas obras apostólicas, culminando en el Movimiento Cultural Cristiano.
Es una denuncia de los falsos protagonismos laicales, entendiendo el protagonismo laical, solo como una manifestación en el interior de la Iglesia o como una especie de combate en el interior de la Iglesia, por los puestos, con los curas, con los frailes o con las monjas, ese poder ofrecer un verdadero testimonio de vida y un cauce de formación de la vocación laical. Expresando además con la propia existencia lo que significa que la vocación laical es caridad política, (caridad social o caridad política), es otra gran aportación, en un momento -vivido como fruto del Concilio Vaticano II-, en el que la Iglesia vive un auge del protagonismo laical entre comillas, un poner en marcha montones de realidades asociativas, comunitarias…
La aportación de la propuesta de la militancia cristiana, de la caridad política y de querer ejercer la propia vocación laical como caridad política, es una propuesta vital que incluye lo personal, lo ambiental y lo institucional. Incluye las diversas esferas o dimensiones de la vida humana, y que por tanto, no hay nada que forme parte de nuestra vida, que no esté atravesado por nuestro compromiso bautismal, por nuestra vocación a vivir la caridad política, la caridad pastoral en el caso de los presbíteros.
Esa aportación, hecha también testimonio de vida y en propuesta también personal, ambiental e institucional desde donde el MCC, los equipos de militantes, las diversas personas… han testimoniado, es también otro rasgo que en una noche como está, debemos subrayar. De nuevo el Señor, además de habernos iluminado con una propuesta de documentos, con una reflexión, en que a la Iglesia se le dice por donde ha de encaminarse, afortunadamente, hemos encontrado testimonios vivos que nos han ayudado a poder comprender mejor, lo que la encarnación, la caridad política, la militancia… significan.
Julián bebe de Rovirosa una extraordinaria pasión por entender a Dios, como lo que en la revelación cristiana se expresa como más genuino, a Dios como Trinidad, a Dios como comunión, a Dios como solidaridad, que es decisiva para la presentación de Dios en el mundo en que vivimos, de un Dios que es comunión. Un dibujo de ese mismo Dios que tome carne, en la importancia que con Julián hemos vivido.
La importancia dada a la familia y con la familia, junto con los esposos y sus hijos juntos con ellos, caminando en equipo apostólicos, en equipos militantes, la figura del presbítero, de formas de nueva consagración. En una época en el postconcilio en el que tocaron a repique las campanas de toda la cristiandad y nos convocaron a ser comunidades, en las que los convocados a ser comunidades, éramos mayoritariamente individuos aislados.
En el seno de la familia, venía la mujer o venía el esposo, pero como un individuo que había recibido esa llamada frente a ese movimiento comunitario, a mí me llamó la atención, porque cuando conocí a Julián, estaba muy embebido de esta propuesta comunitaria, estaba y había sido formado en mis primeros pasos de mi propia vida cristiana, con los hermanos de Lasalle, con su propuesta de comunidades de diversos tipos, comunidades de laicos en el final de las propuestas pastorales con colegios, o con experiencias obtenidas de los restos de la AC en Valladolid, en los años 70 y su desguace y la mezclas con las nacientes experiencias de los partidos políticos, a partir del año 75 en España. Teniendo siempre una permanente sospecha sobre la familia como algo burgués y con las propuestas de la familia en los movimientos llamados movimientos “familiaristas” en el seno de la Iglesia, como algo que rechinaba.
Esta defensa, por decirlo así, y al mismo tiempo propuesta de la familia, como familia militante y de entender la comunidad cristiana como familia de familias, es algo novedoso, pero al mismo tiempo, enlaza bien con lo que el Espíritu Santo plantea, suscita en la Iglesia. En Gaudium et spes, donde el concilio plantea lo que significa la Iglesia en el mundo, se da una importancia grande a la familia, y cuando en 1981, Juan Pablo II lanza una propuesta que suena a revolucionaria, cuando grita “trabajo sobre capital”, o cuando denuncia las formas de los economicismos, los materialismos, y hace una propuesta que a Marcelino Camacho le sorprende, diciendo que el Papa nos ha pasado por la izquierda en Laborem exercens, al mismo tiempo grita “familia”, y al mismo tiempo plantea la familia como escuela de solidaridad, (no una familia que se cierra sobre sí misma). Al plantear Juan Pablo II en Familiaris consortio la misión que la familia tiene en la Iglesia y en el mundo, la sitúa también en la dimensión política, institucional, en su responsabilidad en la trasformación del mundo.
Esto aparece luminoso en la crisis que vivimos, que es una crisis que produce empobrecimiento y esclavitud a manos llenas; es una crisis también del desguace de lo que la familia significa, pues no se pueden separar. Esa intuición recibida en la vida de Julián, la importancia de la familia, la importancia de la familia de familias, de caer en la cuenta de que en el corazón de las propuestas comunitarias que hagamos en la Iglesia, están (volvemos a las claves centrales del Concilio del Vaticano II ) están, realidades sacramentales.
El bautismo, somos bautizados, no tenemos el bautizo como algo del pasado, como algo anotado en un libro, sino somos bautizados. Sois matrimonio, no es tampoco un certificado, sino que es una forma de ser y vivir. Somos presbíteros. El poder situar en el mismo equipo y desde esos equipos de militantes, en la misma asociación, en la misma Iglesia, estas pequeñas células apostólicas sostenidas por lo que la Iglesia doméstica-familia significa, por lo que el ministerio ordenado significa, es una estupenda intuición para una genuina acogida del Concilio, y para situar la vocación laical como militancia cristiana. Como expresión de lo que la caridad política, vivida en medio del mundo, significa
Otra característica, otro perfil que Julián nos puede aportar, por una parte una conversión a Jesucristo, bautismo; por otra parte una pasión por la Iglesia pero no vivida de manera indiferenciada, sino en la carne, incluso en lo que la carne tiene de escandalosa. La familia en concreto, el matrimonio, el equipo de militantes, equipo de por vida.
Luego una sorprendente, una escandalosa, para los que veníamos de otros ámbitos, fidelidad al Papa, un respeto reverencial por el obispo de cada diócesis, una libertad para poderle decir al obispo, en su despacho y en su cara: lo que está usted haciendo… Pero al mismo tiempo, esa libertad para poder decir y con la misma libertad obedecer o acoger o callar.
Jesucristo, la Iglesia, los pobres.
Concilio Vaticano II, como ese paso del Señor que ilumina la historia y lo que pasa en la historia, hace caer en la cuenta ya en los documentos de hace 50 años, en lo que se refiere a la mirada sobre la historia, sobre el contexto social en el que vivimos, la realidad de un mundo interdependiente, la realidad de lo que luego se va a llamar (décadas después) globalización o mundialización, o aldea global o estructuras sociales, económicas, políticas o culturales, de dimensión mundial.
Para alguien que venía de la militancia obrera, el recuperar un grito del siglo XIX. Si recordáis, en el siglo XIX de la historia obrera, Julián fundamentalmente nos legó el grito “Asociación o Muerte”, pero además un genuino internacionalismo, un internacionalismo de nuevo cuño, los problemas de los pobres son problemas globales, son problemas “católicos”, son problemas universales. Por lo tanto cuando el propio movimiento obrero, o las luchas de la izquierda española o europea de la época de las crisis o de la época de la naciente propuesta del Movimiento Cultural Cristiano, lo primero es la importancia de la promoción de conciencia, de ahí los mecanismos culturales, la editorial, las revistas, la calle, el puesto, o la importancia que puede tener el generar una plataforma de tipo político como el SAIn. No podemos hablar ya de los pobres o de las pobrezas que padecemos, mirando solo a nuestro pequeño corro y que queriendo encontrar las causas desde una tradición heredada de la izquierda y vivida en el seno de las comunidades cristianas, distingue lo importante de lo urgente. Hay que ir a las causas y no solo socorrer asistencialmente los efectos que se están pudiendo producir en el mundo, en lo económico, en lo social… como consecuencia de la injusticia de los hombres.
Entonces a la hora de ir a las causas, a la hora de caer en la cuenta de donde están los problemas, la importancia de la dimensión católica, mundial, internacional de la propuesta, y desde ahí una lectura de los problemas contemporáneos, confirmada por Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis
Os puedo comentar que de mis conversaciones con Julián, que especialmente se producían en algunos de los viajes compartidos o en los cursos, y dando un paseo con los cursos, uno de los momentos que yo he visto a Julián más emocionado, es cuando Juan Pablo II publica Sollicitudo rei sociales, como una especie de confirmar el magisterio de la Iglesia de una manera solemnísima, intuiciones y más intuiciones, gritos, realizados por las plazas y calles en las épocas anteriores, cuando “imperialismo” no es ya solo una palabra que viene de la tradición de la izquierda, sino que es nombrado en la Doctrina Social de la Iglesia, en Sollicitudo rei socialis, cuando a la hora de ver la importancia que tiene la conversión, la propia Doctrina Social de la Iglesia, confirma que existe un pecado estructural, confirma la importancia de lo institucional cuando había sido gritado por las calles y plazas y anunciado… en los años anteriores, de la vida anterior.
Sollicitudo rei socialis llama al mundo global, en el que estamos, “imperialismo” y llama a que hay una posibilidad de organizar lo global de otra manera y es la manera que la Iglesia ofrece desde la conversión personal y desde la solidaridad institucional, como una manera nueva de leer la globalización, que es leída de una manera que y ahora nos desborda por todos los lados, lo que está significando el triunfo del imperialismo del dinero. Frente al imperialismo, la conversión y la revolución, llamada solidaridad.
Solidaridad que se organiza, sorprendiendo a unos y otros, porque al mismo tiempo que se denuncia el pecado estructural se llama a la conversión personal. Al mismo tiempo que se grita y se lucha por la justicia y se denuncia las estrategias del capitalismo internacional y se pone el acento en las causas, estructuras de pecado, de la injusticia de los hombres; al mismo tiempo, se grita contra el aborto porque somos de izquierda, produciendo como una confusión doble, a través de los que gritan a favor del aborto porque somos de derechas y a favor de los que están pensando que forma parte de la nueva reivindicación de la izquierda, una suerte de “derecho a decidir” de derechos individuales.
En todo este campo del derecho a decidir, hoy tan de moda, personal e institucionalmente, está como gran aportación de la gran tradición a la que pertenece Julián, lo que queremos entender y vivir por “autogestión”. No como el derecho a decidir del individuo aislado, sino, cómo buscar en el común y desde determinadas virtudes, cultivadas en un proceso formativo, para poder llegar a formas autogestionarias, que no caigan en la trampa de la voluntad de poder. Aunque está es una permanente tentación en la que vamos a estar.
El construir una propuesta social, política y cultural en la que se grite al mismo tiempo, “dignidad de toda persona”, de cada persona, de la persona en todos los momentos de su existencia; en el que se grite con toda fuerza “solidaridad”, y en que se grite con toda fuerza, lo que en la jerga de la Doctrina Social de la Iglesia se llama “subsidiaridad” es decir “protagonismo” de las propias organizaciones.
No tener que vivir (otra de las fuertes denuncias de Julián) de las subvenciones estatales o subvenciones eclesiales, sino la propia capacidad de las organizaciones eclesiales o apostólicas o sociales, para organizarse, para financiarse, para poder estar en medio de la plaza pública.
Por ahí van los perfiles de Julián, Jesucristo y nada, ni nadie más. La Iglesia, amada con pasión. Los pobres.
Con ese compromiso bautismal que nos une a Jesucristo, con esa pasión a la Iglesia y luego encarnación de la Iglesia en los equipos militantes, en la asociación y luego una perspectiva de solidaridad con los pobres. Lo que por una parte, la visión universal de los problemas significa y de lo que siempre ha significado -también en la vida de Julián- el protagonismo de los propios pobres, en sus luchas, en sus reivindicaciones, en su emancipación. Protagonismo que no supone negar la realidad de pecado que hay en todos, en unos y otros, para tener eso siempre presente y decir: solo Jesucristo, solo Él, solo en su gracia podemos caminar.
Estos recuerdos, retazos, perfiles, que sean en mi caso, en esta noche, una expresión del agradecimiento al Señor por haber puesto a Julián Gómez del Castillo, en mi vida.