En los últimos tiempos son numerosos los libros y artículos que tienen como tema central la DEMOCRACIA. Hasta el presidente Clinton, prototipo del imperialismo, se ha permitido, tras asegurar la democracia en América, darse un paseíto por África para hablar de lo mismo y, por debajo de la mesa, lanzar una réplica de estrategia a Francia para ocupar la primacía en el continente. Es claro que este objetivo hoy exige un planteamiento político aceptable por la opinión pública del mundo y, ese planteamiento, es el de la democracia. ¡Qué felicidad, todo el mundo en democracia!
Pero tanto si observamos los acontecimientos como si meditamos gran parte de lo que se escribe, nos hacemos conscientes de que el tigre no se convierte en vegetariano. La definición más clara de democracia es la más clásica: «Poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo ». Es decir, AUTOGESTIÓN. Poder DEL, POR y PARA el pueblo, nada de participación. Cuando tenía 11 años el capitalismo me llamó a participar en la economía sacándome de la escuela y poniéndome a trabajar; esa participación no sólo no hacía democracia, sino que destrozaba mi vida.
Esta es la democracia que ahora ofrece el capitalismo financiero. Todos a participar, hasta los niños, aunque haya que esclavizarlos, pero de ninguna manera que ninguno gestione. Participar, SÍ; gestionar, NO. Esta es la oferta que Clinton ha llevado a África tras haberla sembrado en Asia y América. Los pueblos son conducidos así a la participación que oprime, no a la gestión que libera.
Levantamos la voz de alerta. La democracia de participación genera, si lo necesita, hasta fascismos, tanto para la derecha como para la izquierda. Así lo hemos conocido en la historia y se puede repetir.
Sólo la AUTOGESTIÓN de los pueblos impide los fascismos, tanto el de los ricos como el de los pobres. Sólo así se hace democracia que, sea poder del, por y para el pueblo.
“Autogestión”: Autogestión , nº 24 junio de 1998