por Heleno Saña (publicado en el libro – Julián Gómez del Castillo, Apóstol de los empobrecidos de la tierra)

Hay vidas que concluyen sin dejar rastro alguno digno de ser recordado; son las vidas de los hombres que, como los moradores de la caverna que Platón describe en su Politeía, permanecen enclaustrados en el angosto espacio de su particularidad y no han aprendido, por ello, a mirar a lo lejos y a lo alto. Pero las hay también que, a la inversa, se trascienden a sí mismas. A este tipo de vidas trascendentes pertenece la de Julián Gómez del Castillo. ¿ Por qué es así? Es así porque toda vida entregada a un ideal superior, se convierte en un ejemplo, capaz de servir de guía y de orientación a las personas y generaciones posteriores.

Debido a mi condición de escritor, a lo largo de mi ya larga vida he tenido ocasión de conocer y convivir con las más diversas clases de personas tanto españolas como de otras nacionalidades. Pues bien: no creo exagerar si digo que Julián es una de las que más me impresionó y de quien, por ello, guardo un recuerdo inextinguible y siempre presente. Era la encarnación viva de lo que Schiller denominaba “alma bella” o de lo que Antonio Machado hubiera llamado “un hombre sencillamente bueno”. Por mi parte no puedo decir otra cosa que Julián era, en muchos aspectos, un ser excepcional, empezando por su natural sencillez, su llaneza y su innata cordialidad. Irradiaba lo que en lenguaje castellano clásico podríamos llamar hombría de bien. Estos y otros atributos que iré revelando en el transcurso de mi intervención explican que, desde nuestro primer encuentro, despertara en mí una profunda admiración.

Le conocí hace ahora exactamente 45 años en la sede madrileña de la editorial Zero-ZYX, que yo pisaba por primera vez con motivo de la publicación de mi libro “El marxismo, su teoría y su praxis”. Entre nosotros se estableció una mutua corriente de simpatía, primer signo de las afinidades electivas que existían entre nosotros y que estaban destinadas a convertirse pronto en una entrañable amistad. Es revelador en este sentido que nunca surgiera entre nosotros algo parecido a la tirantez, las tensiones, las disputas o la hostilidad velada o abierta. Armonía fue el elemento central y único de nuestra relación, a pesar de que nuestro trasfondo biográfico estaba lejos de ser convergente en todos los aspectos. También nuestra relación epistolar transcurrió en los términos más armónicos, como se desprende del gran pliego de cartas que en el transcurso de los años intercambiamos y que no hace mucho tiempo doné a para los archivos del Movimiento Cultural Cristiano (MCC).

Común a ambos era que procedíamos del bando de los vencidos y que nuestros respectivos padres fueron víctimas de la represión franquista, el de Julián con la muerte de su padre, el mío con largos años de encarcelamiento. Común también a ambos fue una niñez marcada por el hambre, la pobreza y el desamparo material.
Julián había abrazado de joven la fe cristiana, yo había nacido en un hogar ateo y libertario, razón por la cual, apenas concluida la guerra civil, fui bautizado a la fuerza en la catedral de Barcelona por el clero fanático que predominaba entonces en España. Pero el contraste entre la fe de Julián y mi carencia de ella, no fue obstáculo alguno para el desarrollo de nuestra amistad. Aunque la religión no fue en general tema de nuestras conversaciones, sé, por testimonios fidedignos de amigos comunes, que Julián rezaba para que yo me convirtiera a la fe de Cristo. Esta actitud era una de las muchas pruebas del profundo afecto que él sentía por mí y que yo consideré siempre como uno de los grandes privilegios que el destino me ha concedido.

A nuestro entendimiento contribuyó también y en buena medida la actitud abierta de Julián con respecto a las ideas libertarias. Recuerdo que en los cursos de verano organizados por el Movimiento Cultural Cristiano cada año, me sorprendió más de una vez cantando el himno ácrata “A las barricadas”. Más significativo en este contexto es que la revista fundada por él como portavoz del MCC llevara el nombre de “Autogestión”, nombre que correspondía a la concepción que el movimiento libertario tenía sobre la organización del trabajo y de la sociedad en su conjunto. Las declaraciones de Julián reivindicando la concepción autogestionaria fueron tan frecuentes como inequívocas. Así, escribía: “La autogestión es ante todo y sobre todo una nueva cultura, de la que el hombre es el protagonista de la existencia personal y social”. O también: “La autogestión, de forma simple, podemos decir que es el derecho del hombre a autogobernarse y autoprotagonizar su existencia personal y colectiva”. Y aludiendo críticamente al pseudo-socialismo entonces en boga: “Hagamos posible desde el socialismo autogestionario, un mundo sin empobrecidos, sin esclavitud infantil y sin hambrientos. Quieran o no los socialistas oficiales y no reales”.

Heleno Saña entrañable amigo de Julián

Significativo es asimismo que en un viaje que Julián hizo a París, uno de sus primeros pasos fue el de entrevistarse con Cipriano Mera, para mí, la figura más noble y destacada de la CNT de la época de la guerra civil. La impresión que Mera sacó de Julián, la expresó con las siguientes palabras: “Con cristianos como usted, no hubiera habido guerra civil en España”. Y no menos revelador de sus simpatías por la cosmovisión libertaria es que en las Ediciones “Voz de los sin voz” figuren nombres inconfundiblemente ácratas como los de Kropotkin, Pestaña, Chomsky, Jan Valtin y otros, una línea que había anticipado ya en los tiempos de la editorial ZYX publicando libros de Juan Gómez Casas, anarquista de pelo en pecho.

La raíz del cordón umbilical que nos unía a Julián y a mí era sobre todo nuestra común y profunda vinculación a la problemática social, a la que ambos dedicamos una parte importante de nuestra militancia, yo, debido ya a mi expatriación a Alemania, más bien en el plano teórico, Julián también con la pluma pero mayormente a nivel organizativo y práctico. La obra realizada por él en este aspecto es tan gigantesca como digna de admiración. Y no menor mérito suyo fue el de saber motivar y movilizar a la gente para adherirse a sus proyectos y objetivos, meta que alcanzó una y otra vez porque uno de los atributos más notables de su carácter era el inmenso carisma que irradiaba.

A partir de la fundación del MCC, nuestras relaciones fueron cada vez más intensas. Cada vez que yo llegaba a Madrid -y esto ocurría entonces con frecuencia debido a mis muchos compromisos de trabajo con editoriales y publicaciones españolas- uno de mis primeros y obligados pasos era el de peregrinar a la sede de DERSA para ver a Julián. Una vez llegado, subía a su pequeño despacho. Después de abrazarnos y cambiar las primeras impresiones, nos íbamos de común acuerdo a un café situado a pocos pasos de DERSA, donde permanecíamos largo rato hablando de lo divino y lo humano. Y así años y años. Invariablemente, estos encuentros personales, siempre muy comunicativos, me reconfortaban y enriquecían, no sólo pero sobre todo en el plano humano, lo que explica que hayan quedado grabados para siempre en mi memoria. Todavía hoy, cuando muy de tarde me acerco a Monforte de Lemos para saludar a los amigos, siento la necesidad de sentarme en el mismo café de entonces y recordar nostálgicamente las muchas horas que en vida de Julián tantas veces habíamos compartido.

Pero no menos enriquecedores y fecundos fueron los encuentros con Julián durante los cursos de verano a los que él me invitaba regularmente, aunque aquí no gozaba únicamente de su compañía, sino también de la compañía de los asistentes a los cursos. El ambiente que reinaba en ellos era fraterno, correspondía a la tradición cristiana de la hermandad, era en cierto modo la expresión moderna del ágape practicado por las primeras comunidades cristianas. Lo que viví y experimenté a lo largo de los muchos años que tuve el privilegio de participar en los cursos, pertenece a los recuerdos más gratos e inolvidables de mi vida. Una de las cosas que debo a Julián es la oportunidad que me brindó de conocer a personas de gran calidad humana, muchas de las cuales me honraron con el tiempo con su afecto y amistad.

Antes de conocer a Julián y poder participar en los actos organizados por él y sus colaboradores, yo había tenido ya contacto con otros colectivos cristianos, como por ejemplo con el grupo de teólogos que bajo la dirección de Benjamín Forcano editaban la revista “Misión Abierta” (muy cercana a la Teología de la liberación) y con “Cuadernos para el Diálogo” fundados por Joaquín Ruiz-Giménez. Pues bien: cuando hago balance retrospectivo de mis experiencias con un grupo y otro no puedo decir otra cosa que dónde me sentí más a mis anchas y con más íntima satisfacción fue en el seno del MCC.

Las actividades militantes de Julián en la editorial Zero-ZYX y posteriormente en el Movimiento Cultural Cristiano y en la revista “Autogestión”, coincidieron en el espacio y el tiempo con un clima político en el que las fuerzas de izquierda estaban dominadas por el marxismo de cuño soviético y por el modelo de socialismo reformista entronizado por el Partido Socialdemócrata de Alemania, el mismo partido que a través de los manejos de la Fundación Federico Ebert fabricó el encumbramiento de Felipe González y Alfonso Guerra como nuevos líderes máximos del socialismo español, operación estratégica coronada con una donación de diez millones de marcos con los que el PSOE pudo financiar sus primeros pasos.

De la misma manera que el PSOE de Felipe González y de Alfonso Guerra no fueron desde el primer momento otra cosa que simples correas de transmisión del capital nacional e internacional, los medios de comunicación de masas, en vez de defender los derechos del pueblo soberano en general y de las clases asalariadas en particular, se dedicaban a servir más o menos descaradamente los intereses específicos de las oligarquías económicas. Y lo que digo no reza únicamente para los periódicos y publicaciones tradicionalmente conservadoras y de derecha, sino también para “El País”, fundado por el ex falangista Polanco con la pretensión de convertirse en la tribuna informativa más emblemática y representativa de la España postfranquista y que en realidad ha sido, desde su fundación a hoy, un proceso interminable de oportunismo político al servicio de la crematística y el negocio.

Frente a este vil tráfico de noticas con fines lucrativos, la única motivación de “Autogestión” era la de ser la fuente informativa y la “voz de los sin voz”.

En abierto contraste con esta actitud utilitarista, el objetivo de la revista “Autogestión” concebida y fundada por Julián y sus colaboradores, fue el de hacer llegar a sus lectores las informaciones, noticias y opiniones críticas y antisistémicas que los periódicos y las cadenas de televisión y radiodifusión se abstenían de dar a conocer y divulgar porque eran perjudiciales a los consorcios capitalistas y a la casta política dominada por ellos y sus innumerables lobbies y grupos de presión. Frente a este vil tráfico de noticas con fines lucrativos, la única motivación de “Autogestión” era la de ser la fuente informativa y la “voz de los sin voz”.

El título de la revista correspondía a los ideales del MCC, pero significaba también una réplica implícita y una alternativa antiautoritaria al autoritarismo soviético y a los partidos comunistas a sus órdenes, así como al creciente oportunismo de los partidos socialistas y socialdemócratas y de los grandes sindicatos mediatizados por ellos.
La línea doctrinal adoptada desde el primer momento por el equipo que tenía a su cargo la confección de la revista era exactamente el contrapunto de la actitud que caracterizaba a los medios de comunicación que acabamos de comentar. Y baste señalar en este contexto que el lema que junto al título figuraba en la portada era el de «Revista solidaria con los empobrecidos de la tierra». Creo que esta autodefinición correspondía fielmente a los textos que desde entonces han aparecido en la revista.

Son textos que prestan una atención prioritaria a los problemas y vicisitudes sin fin que padecen los estratos de población del Tercer Mundo que Frantz Fanon llamó en su día con sobrada razón “les damnés de la terre” y que desde entonces no han hecho más que crecer y multiplicarse. Frente al optimismo prefabricado y al discurso apologético difundido por los detentadores del poder y sus lacayos mediáticos, “Autogestión” ha denunciado constantemente las aberraciones y aporías de toda clase engendradas en las últimas décadas por el culto desenfrenado a Mammon y a la voluntad de poder, entre ellas la esclavitud infantil, el armamentismo, el belicismo, el neocolonialismo, el racismo, la explotación al máximo de la mano de obra a través del traslado de la producción a países carentes de legislación laboral y otras canalladas cometidas por los grandes consorcios industriales, comerciales y financieros con el visto bueno de los Estados occidentales que se llenan continuamente la boca hablando de democracia, derechos humanos, igualdad de oportunidades y sociedad civil.

Pero el propósito de Julián y sus colaboradores no era únicamente el de consolar a las víctimas del desgobierno mundial y solidarizarse con ellas, sino también el de despertar su conciencia crítica y movilizar su espíritu de resistencia. También en este aspecto, la actitud de “Autogestión” era radicalmente opuesta a la de las tribunas públicas, dedicadas en su mayoría a entonar himnos de gloria al statu quo y fomentar el conformismo político y los instintos más banales, vulgares y bajos del individuo. Su objetivo final era el de estrangular a priori la dimensión humana, moral y espiritual del ciudadano y convertirle en un dócil y ávido consumidor de los productos salidos de los centros de producción capitalistas, un estado de dependencia y alienación que Herbert Marcuse definiría muy bien en su obra “El hombre unidimensional” al escribir que “los esclavos de la civilización industrial son esclavos sublimados pero esclavos al fin y al cabo”.
La revista fundada por Julián no necesitó esperar los efectos devastadores causados por la puesta en marcha del capitalismo desregulado y salvaje concebido por Milton Friedman y su siniestra Chicago School of Economics, sino que desde el primer día de su aparición desenmascaró implacablemente las mentiras divulgadas por los estratos dirigentes y coreadas servilmente por los medios de comunicación para asegurarse sus consiguientes cupos de publicidad.

Pero lejos de limitarse a revelar sin cesar y con la mayor claridad la grave crisis de valores que atravesaba el mundo, “Autogestión” indicaba los caminos y alternativas que podían conducir al advenimiento de una sociedad basada en la justicia social, la solidaridad y la ayuda mutua. El mensaje que Julián y sus colaboradores querían transmitir a los lectores de la revista y de las ediciones “Voz de los sin voz” y a los asistentes a los cursos de verano y demás actividades del Movimiento Cultural Cristiano, era el de que en un mundo desgarrado en el que desde hacía tiempo vivíamos, la única opción que podíamos elegir para dar un sentido profundo a nuestra vida personal y colectiva, no podía ser otra que la de sufrir con los que sufren y unirse a ellos para luchar juntos por el advenimiento de una sociedad sin amos ni esclavos, sin explotadores ni explotados, sin vencedores ni vencidos, sin jefes ni subordinados.
Era un mensaje que sigue teniendo la misma o más vigencia que la tuvo antes, dado que la situación de la humanidad no ha hecho más que empeorar. Desoir este mensaje y seguir entregándose al culto exclusivo de nuestro ego, es la manera más segura de que nuestra vida se convierta en la negación total de lo que en principio podría ser. Nuestro paso por la tierra sólo puede adquirir su verdadero sentido cuando lo consagramos a hacer el bien y en salir en defensa de los débiles y desamparados. Aunque estas palabras son mías y no de Julián, creo que él no hubiera vacilado en suscribirlas. Porque, ¿que fue la vida de nuestro compañero y amigo sino una cruzada permanente a favor de los desventurados que padecen hambre y sed de justicia y están necesitados no sólo de pan sino también de nuestro calor y nuestra compañía?

Desde mi personal perspectiva considero que Julián fue un agraciado y privilegiado del destino. ¿Por qué llego a esta conclusión? Porque en contra de lo que mucha gente piensa, elegir el bien como modo fundamental de conducta es la manera más idónea y cierta de alcanzar una vida colmada. Abrazar la opción del bien no es ciertamente siempre fácil y exige a menudo una fuerza de voluntad y una capacidad de resistencia sobrehumanas, sin hablar ya de los desengaños y otras experiencias dolorosas comunes a toda existencia dedicada a un ideal superior, entre ellas la persecución, la cárcel, la pérdida del empleo, el ostracismo social o el piquete de ejecución, como nos enseña la historia de los mártires de la humanidad.

Pero más allá y por encima de esta parte ingrata inherente a toda conducta guiada por la idea del bien, está el estado de gracia, de beatitud y de paz de espíritu con que el destino recompensa a las almas privilegiadas que viven desviviéndose por los demás, que fue exactamente lo que hizo Julián a lo largo de su vida.

Pero más allá y por encima de esta parte ingrata inherente a toda conducta guiada por la idea del bien, está el estado de gracia, de beatitud y de paz de espíritu con que el destino recompensa a las almas privilegiadas que viven desviviéndose por los demás, que fue exactamente lo que hizo Julián a lo largo de su vida.
Autorrealización verdadera y a la altura de los tiempos, es hoy sólo posible como militancia activa contra las minorías dirigentes que tienen en sus manos la suerte del planeta. Todo lo demás es capitular ante lo que Kant llamaba el tribunal de la propia conciencia. Ganar o perder depende, no sólo pero especialmente, de nuestra conducta ética. Quien no se atiene a código moral alguno será siempre un fracasado, por muchos trofeos materiales y sociales que logre acumular. Enriquecerse no es acumular billetes de banco, sino potenciar al máximo nuestra capacidad de amor y de ternura.

Lo que el actual culto morboso a la resonancia publicitaria y pública sublima como el summum bonum, no es más que un producto de mercado y de lo que en términos económicos se llama valor de cambio y carece por ello, de todo valor intrínseco. Riqueza, poder y éxito mundano, son bienes de relumbrón que no podrán compensar nunca el bien que dejemos de hacer a nuestros semejantes.

Siempre recordado amigo Julián: ha sido para mí un honor y una necesidad íntima abandonar por unos días mis soledades de Alemania para participar con mi modesta aportación en el homenaje que tus discípulos, herederos y seguidores del Movimiento Cultural Cristiano, han tenido a bien rendirte. Espero que las cuartillas que he leído en este foro siempre entrañable de Casa Emaús, hayan sabido interpretar fielmente lo que fuiste para quienes tuvieron el privilegio de conocerte, la grandiosa obra que realizaste y la herencia espiritual que nos legaste. Que en paz descanses.