España existe formando parte de un sistema imperialista universal y lo hace desde el bando de los poderosos. Un día dijo Sartre: «Me voy del partido comunista porque os habéis pasado del bando de los fusilados al de los fusileros», ¿no hemos hecho en buena parte los españoles esto mismo? Formamos parte de la Comunidad Económica Europea, que es el primer poder económico y tecnológico del mundo, y está llamado a ser el primer poder político y militar si su confrontación con Estados Unidos no lo impide.
Pero ¿qué es el imperialismo? Nos responde el profesor Greene: «El imperialismo supone o representa un sistema social basado en la explotación y la violencia, y supone un modo de considerar al hombre, y de considerarlo como instrumento. Es una máquina social puesta en marcha y basada en la explotación y la violencia estructuralmente».
Los estudios sobre el imperialismo empiezan a principios del siglo XX para responder a los acontecimientos de la economía mundial, que eran:
1) Revitalización del colonialismo.
2) Aparición de nuevas potencias coloniales nacionales (Alemania, Estados Unidos, Italia y Bélgica).
3) Auge del militarismo y las guerras.
A partir de la II Guerra Mundial los conglomerados transnacionales sustituyen a los Estados en la dirección y condicionamiento del hecho imperialista contemporáneo.
El imperialismo transnacional actual, que domina el mundo, no es algo que se ha impuesto por casualidad. Está ligado al proceso del industrialismo. Este, en su primera fase, creó en un proceso de 150 años, más o menos, el capitalismo nacionalista, padre, en política, de los nacionalistas actuales, y que en el plano económico concluyó en la matanza del proceso industrial. Entre 1918 y 1939, siembra y desarrolla los embriones de las empresas transnacionales y cultiva la universalización del positivismo filosófico. Genera la II Guerra Mundial que se desarrolla entre 1939 y 1945 para, posteriormente, afirmar a los conglomerados multinacionales como nuevos redentores del género humano y a los organismos internacionales, partiendo de la ONU, como los coordinadores del nuevo orden internacional, habiendo llegado a conseguir:
Que el 37% de la población mundial con hambre en 1900, pasemos al 81% en el año 2000.
Que el 20% de la población de la Tierra disponga del 80% de la riqueza, mientras el 80% de la población se muere por no disponer más que del 20% de la riqueza.
Que el siglo XX, que fue saludado como el siglo de la paz, haya sido el siglo de las guerras. Actualmente, 35, y en todo el siglo, no ha habido ni un sólo día de paz.
Que se mueran 27 millones de niños de hambre cada año, mientras en 1990 los jefes de Estado y de Gobierno se reunieron en la ONU para estudiar el problema, acordaron nombrar una comisión y un año después, no han hecho absolutamente nada. Para ellos los honores de su cargo, pero para ellos también la mayor responsabilidad de esta situación.
Que la sanidad, dirigida bajo parámetros de negocio y no de salud, haya olvidado la medicina social y ello provoque que la mayoría de la población del mundo no pueda disponer de agua potable.
Si ser analfabeto, según la UNESCO en los 60, es «no disponer de los conocimientos necesarios para relacionarse normalmente en medio de la civilización en que se vive» ¿no es analfabeta la gran mayoría de la población del mundo?
Que la tecnología, como consecuencia de la explosión de información, un bien ilimitado, en poder del hemisferio Norte (CEE en primer lugar), multiplique el hambre del hemisferio Sur, sólo capaz de exportar alimentos y materias primas, bienes de naturaleza limitada.
Que las finanzas internacionales, por razón connatural con el sistema del préstamo de dinero con interés, haya generado la deuda externa que esclavizará a las nuevas generaciones del Tercer Mundo.
Que el comercio internacional robe, marcando los precios de los productos del Sur en favor del Norte y de los que les vendemos al Sur, en nuestro propio provecho. Robo de ida y vuelta.
Que los organismos internacionales sirvan a los intereses económicos y políticos del Norte contra el Sur, exactamente lo contrario de lo que se dice que iban a hacer.
Que asistamos al crecimiento de un mundo insolidario, en el que, como en siglos pasados, la solidaridad -compartir hasta lo necesario-, sea sustituida por la ofensa del 0,7%, la Ayuda Oficial al Desarrollo y las ONGs camufladoras objetivas de la iniquidad imperialista.
Que con el hundimiento del bloque marxista-leninista se manifieste en la Guerra del Golfo el servilismo de la ONU hacia los conglomerados multinacionales, vencedores en la II Guerra Mundial y máximos beneficiarios del petróleo.
Si «por los frutos lo conoceréis», estos son un puñado de frutos del imperialismo actual, que definen, con claridad, a quién sirve la España de finales del siglo XX. ¿Permitirán el Gobierno de hoy o el de mañana, que nuestros niños y jóvenes empiecen a leer el mundo en la escuela y a descubrir las causas de que sea como es? ¿Están nuestros educadores dispuestos y en condiciones de que lo aprendan? Pio XI denunció en 1931 la existencia del «imperialismo internacional del dinero; Juan Pablo II su acción institucional y estructural de PECADO.
Del artículo “Aprender en la escuela a leer el mundo”,